Clamor e Intersección

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    Hace 10 años.

viernes, 12 de agosto de 2011

El sacrificio de Cristo nos libró de la maldición


y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los trasgresores" (Isaías 53:12 b).




Por nuestras propias fuerzas, difícilmente habríamos sido aceptados delante de Dios. El pecado separa al hombre de su Creador. Eso era lo que ocurría con usted y conmigo. Pero adicional a eso es necesario que recordemos que alguien sin Dios en su vida, es blanco de las maldiciones. Es la consecuencia previsible de la pecaminosidad.
Las Escrituras nos enseñan que gracias al sacrificio del Señor Jesús en la cruz, todos los factores de maldición que pesaban en contra nuestra, desaparecieron."Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido." (Isaías 53:4)


Fue por nosotros que Él murió, pero también, como consecuencia de su sacrificio, no hay razón para que permanezcamos atados. Somos libres porque el Señor Jesús nos hizo libres. La Biblia dice: "Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados." (Isaías 53:5)
Alguien con quien compartí hace algunos días acerca de Jesús el Señor, me expresaba su preocupación porque estaba en un estado de postración económica y espiritual sin precedentes en su historia personal. "Estoy desesperado. No se qué hacer", me dijo.
Analizamos su situación a la luz de la Biblia. Coincidimos en que, tal como lo dice la Escritura, no hay razón para permanecer en tal estado. Fue el amado Hijo de Dios "...quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados." (1 Pedro 2:24).
Tome nota: ni enfermedad física ni estancamiento espiritual deben primar en nuestra existencia. Fuimos llamados a ser libres. Ahora, si usted siendo cristiano ha abierto puertas para la maldición, es hora de que corte con todas esas situaciones negativas para su existencia, que traen desgracia y dolor.
Pida las bendiciones para su vida
Eliminada la distancia que nos separaba de Dios, como consecuencia de la muerte sacrificial del Señor Jesús, usted puede pedir a Dios en oración que derrame bendiciones sobre su existencia; no así si persiste en pecar.
El texto Escritural señala: "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios." (Romanos 5:1, 2. Cf. Efesios 1:5, 6)
No está bien que usted siga caminando en derrota. Sin duda esa no es la voluntad del Señor para su vida, sino por el contrario, que sea bendecido rica y abundantemente con toda bendición. Tenga presente que "Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él." (2 Corintios 5:21)
Aun cuando millares de personas conocen esta situación, persisten en su camino errado. Un joven periodista que visitó mi oficina fue enfático en dos cosas: la primera, que reconocía que sus prácticas homosexuales eran contrarias a la voluntad de Dios, y la segunda, que –en su corazón—no quería romper con tal comportamiento. Fue criado y bautizado en una iglesia cristiana, sin embargo está enamorado del pecado que comete y por tanto, enfrenta las maldiciones que se derivan de su comportamiento.
Y tenga presente siempre que la paga del pecado es muerte, que comienza con tremendas maldiciones por la pecaminosidad en la que quisiéramos permanecer:"He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del hijo es mía; el alma que pecare, esa morirá." (Ezequiel 18:4)
Renuncie ahora mismo, en el nombre glorioso de Jesucristo, al pecado. No permita que siga gobernando su vida. Es imperativo que le vuelva la espalda porque de lo contrario estaría poniendo en juego y en burla la gracia de Dios. Si renuncia a todo cuanto le separa del Señor, sin duda podrá comprobar de nuevo cuáles son las bendiciones que derrama el Padre celestial a quienes somos fieles.

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